viernes, 24 de noviembre de 2017

Hojarasca


Después de una montaña
siempre me aparece otra.
Más grande.
Más inalcanzable.

Cuando llego a la cima
solo veo la siguiente cumbre.
Y la siguiente.
Y la siguiente.

No quiero caminar más.
Quiero tumbarme, entre los guijarros,
esconderme entre la maleza.
Dejar pasar el tiempo

Esperar a que la montaña encoja
o a que yo me haga más grande.
Mis provisiones son escasas.
Mi cansancio, extremo.

Llevo un tiempo acampada aquí abajo,
esperando.
Dejando pasar los días
sin que la fatiga me abandone.

No quiero caminar más.
Quiero tenderme, entre las piedras,
ocultarme entre la espesura.
Dejar pasar el tiempo.

Las conquistas me duran tan poco
y me cuesta tanto no rendirme en el camino,
no escuchar mis músculos ardiendo,
que llego sin aliento a todas partes.

Las vistas deberían ser maravillosas
pero mis ojos solo ven la siguiente meta.
Y la siguiente.
Y la siguiente.

No quiero caminar más.
Quiero tirarme, entre las rocas,
desaparecer entre la hojarasca.
Dejar pasar la vida.



viernes, 1 de septiembre de 2017

Alma viva en carne viva



Alma viva en carne viva.

Naciste en un pozo negro azabache,
lleno de lodo y de animales hambrientos.
Llegaste con los ojos abiertos y el corazón entregado;
tus manos siempre extendidas.

Fuiste testigo de inhumanas calamidades
y más veces de las que nadie quisiera, también víctima.
De puñaladas envenenadas tienes la espalda llena,
las más de ellas clavadas por los buitres de tu estirpe.

Quemaste el oscuro pozo que te vio venir al mundo.
Guardas sus cenizas en un saquito
para tintarte la cara con ellas
y salir a pelear cuando la ocasión lo requiera.

Decenas de bofetadas no han logrado cerrar tus ojos,
cientos de golpes no han conseguido cegar tu corazón
ni miles de palos doblegar tus manos.
Jamás la ponzoña se adueñará de ti.

Guardas bajo tus cálidas alas
a todos aquellos que no tienen plumas.
Los acunas incluso cuando entre tu piadosa compasión
se esconden cucos de otros nidos renegridos.

Con uñas y dientes reclamaste tu lugar en el mundo,
encontraste el amor que merecías
y juntos levantasteis un refugio para vuestros retoños,
ahora custodiado por una guerrera sin miedo a nada.

Compasiva y combatiente Alejandra,
nunca cierres tus ojos, nunca escondas tu corazón ni bajes tus manos,
pues es, amiga mía,
lo que te hace ser un alma viva en carne viva.






sábado, 22 de julio de 2017

Tres



Mi realidad siempre ha estado fragmentada.
Yo nací fragmentada.
Un montón de trozos distintos de diferentes partes y de diferentes tiempos.
Creciendo conmigo y sin mí.

Siempre creí que algún día todo encontraría su lugar.
Las piezas encajarían y yo me recompondría.
Más hoy sé que nunca seré una, sino tres.

Tres partes.
Tres lugares.
Tres tiempos.

Tres personas.

Todas soy yo y ninguna soy yo.
Mis dos pasajeras se han vuelto permanentes.
De ambas sé su edad, de una su procedencia y de ninguna su nombre.

¿Cómo saber qué desear?
¿Cómo saber a quién escuchar?
¿Cómo saber a quién me debo aferrar?
¿Cómo saber lo que quiero saber?

Hoy he vivido el estallido de una realidad que ocurrió hace mucho tiempo atrás.
Hoy veo los fragmentos dispersarse y desorganizarse.
Hoy siento como cada trozo echa raíces en el lugar equivocado.

Hoy estoy presente en la creación del caos.


miércoles, 24 de mayo de 2017

Plutocracia

Os voy a contar una antigua y remota historia que ha corrido por el tiempo a través de múltiples e infinitas voces, un cuento tan longevo que habla de emperadores, reinos y súbditos:

Erase una vez un reino muy, muy lejano gobernado por un emperador muy, muy ambicioso. Tan ambicioso era que en sus propios dominios tan sólo prosperaban aquellos súbditos que hicieran aumentar su riqueza y sólo aquellos que lograran grandes fortunas eran vistos por los codiciosos ojos del emperador. El resto, eran invisibles.
En el reino nadie recordaba con exactitud cómo había llegado al poder, aunque los más ancianos contaban historias de un anterior emperador de mano férrea, también muy avaricioso, que impedía el albedrío de su pueblo hasta que unos valientes guerreros lo vencieron tras conseguir el apoyo del reino sometido. Aunque, como siempre, las promesas de liberación traían consigo vedados anhelos y oscuras intenciones.
Lo que sí que recordaban los mayores, rasgo que compartía el anterior soberano, era que llevaba muchos, muchos años ahí arriba y que, aunque en algunos desfiles donde se vanagloriaba de su propia opulencia se le notaba un poquito más viejo, todos sabían que todavía le quedaban muchos, muchos más años de reinado, tantos como hicieran falta para que los niños no nacidos se convirtiesen en los ancianos a los que les perteneciesen las viejas historias. Y entonces, otro emperador más avaro le sucedería.
Como todo buen soberano, tenía sus enemigos. La mayoría de los súbditos invisibles se quejaban en sus hogares tras algunos de los fastuosos desfiles, pero cuando caía el sol y llegaba el anochecer, los sueños les borraban los reproches. Pero había unos pocos a los que las adormideras no les hacían efecto y cada mañana se levantaban como el grito del gallo, cargados de rabia.
Y tanta rabia sentían, que a veces se reunían a escondidas para verbalizar durante más de una comida las injusticias que cometía el emperador con los súbditos ignorados. En esas citas clandestinas debatían durante horas sobre la forma de mejorar sus condiciones para dejar de ser los tributarios invisibles. Algunos proponían llegar a un acuerdo con el emperador, otros más soñadores, querían recuperar las viejas leyendas de los valientes guerreros que salvaron al reino con el apoyo del pueblo, y los menos, los más radicales, pedían sin evasivas la cabeza del emperador.
Día tras día, se reunían y deliberaban. Todos estaban de acuerdo en derrocar al emperador, pero ninguno de los congregados coincidía en la forma de hacerlo, y mucho menos en el soberano que colocarían después. Con el tiempo, los amotinados se fueron disgregando en reuniones cada vez más y más pequeñas en las que detallaban todos los pasos a seguir, antes y después de la ansiada destronación. 
Día tras día, repasaban sus planes, sus consignas y sus objetivos.
Noche tras noche, regresaba cada uno a su casa con la misma rabia con la que se habían despertado esa mañana.
Día tras día, noche tras noche, debatían y discutían.
Y día tras día, noche tras noche, el emperador seguía en el poder.


Y ahora voy a contaros otra historia, una mucho más cercana y actual que no ha corrido por el tiempo, que no habla de reinos, de súbditos o de emperadores, unas palabras que evocan un pasado demasiado lejano. Esta historia habla de hoy, de ayer y de mañana:

Erase una vez un mundo muy, muy globalizado gobernado por un sistema muy, muy ambicioso. Tan ambicioso era que en sus propios dominios tan sólo prosperaban aquellos ciudadanos que hicieran aumentar su riqueza y sólo aquellos que lograran grandes fortunas eran vistos por los codiciosos ojos del dominante. El resto, eran invisibles.
En el mundo nadie recordaba con exactitud cómo había llegado al poder, aunque los más ancianos contaban historias de un sistema anterior de mano férrea, también muy avaricioso, que impedía el libre albedrío de su pueblo hasta que unos valientes revolucionarios lo vencieron tras conseguir el apoyo del territorio sometido. Aunque, como siempre, las promesas de liberación traían consigo vedados anhelos y oscuras intenciones.
Lo que sí recordaban los mayores, rasgo que compartía el anterior sistema, era que llevaba muchos, muchos años ahí arriba y que, aunque en algunas noticias donde se vanagloriaban de su opulencia se le notara un poquito más débil, todos sabían que todavía le quedaban muchos, muchos más años de mandato, tantos como hicieran falta para que los niños no nacidos se convirtiesen en los ancianos a los que les perteneciesen las viejas historias. Y entonces, otro sistema más avaro le sucedería.
Como todo buen sistema, tenía sus enemigos. La mayoría de los ciudadanos invisibles se quejaban en sus hogares tras algunas de los fastuosas noticias, pero cuando caía el sol y llegaba el anochecer, los sueños les borraban los reproches. Pero había unos pocos a los que las adormideras no les hacían efecto y cada mañana se levantaban como el grito del gallo, cargados de rabia.
Y tanta rabia sentían, que a veces se reunían a escondidas para verbalizar durante más de una comida las injusticias que cometía el sistema con los ciudadanos ignorados. En esas citas clandestinas debatían durante horas sobre la forma de mejorar sus condiciones para dejar de ser los tributarios invisibles. Algunos proponían llegar a un acuerdo con el sistema, otros más soñadores, querían recuperar las viejas leyendas de los valientes revolucionarios que salvaron al mundo con el apoyo del pueblo, y los menos, los más radicales, pedían sin evasivas la cabeza del sistema.
Día tras día, se reunían y deliberaban. Todos estaban de acuerdo en derrocar al sistema, pero ninguno de los congregados coincidía en la forma de hacerlo, y mucho menos en el régimen que colocarían después. Con el tiempo, los amotinados se fueron disgregando en reuniones cada vez más y más pequeñas en las que detallaban todos los pasos a seguir, antes y después de la ansiada destronación. 
Día tras día, repasaban sus planes, sus consignas y sus objetivos.
Noche tras noche, regresaba cada uno a su casa con la misma rabia con la que se habían despertado esa mañana.
Día tras día, noche tras noche, debatían y discutían.
Y día tras día, noche tras noche, el capitalismo seguía en el poder.



miércoles, 26 de abril de 2017

Mi piel


Mi piel es una membrana muy fina.
Es menuda y pulsativa.
Está llena de agua y como ella, al más mínimo roce tiembla.
Vibra y se expande. 

Cualquier fricción leve puede provocar la más fiera de las tormentas.
Por eso, me da miedo tocar otras pieles.
Una tenue caricia a otra tez que esté en movimiento
 y sus ondas se esparcirán por la mía.

Su dolor será mi dolor.
Su pena mi propia pena.

Mi membrana absorbe sin importar el vendaval que trae consigo.
Se empapa del llanto de la otra piel,
 aunque yo misma ya me esté ahogando
Soy un náufrago a merced de cualquier temporal.

Si te invade el viento, si te invaden las olas,
me arrastrarán consigo.
Si te invade el calor, si te invade la luz,
yo me quedaré fría y a oscuras.

Mi piel es una membrana muy fina,
Es menuda y pulsativa.
Está llena de aire y como él, al más mínimo roce oscila.
Tiembla y se esparce.

Pero tan sólo con los tifones ajenos,
la quietud no me traspasa
y la calma no se contagia.
Soy el ojo del huracán y en él no existe la paz.

Por eso, me da miedo tocar otras pieles.
porque cuando mis escamas no funcionan,
y no puedo no sentir nada
me hundo en mares extranjeros.



martes, 25 de abril de 2017

La inquilina de Laura


La negrura ha encontrado un hueco en tu pecho.

Al principio venía de vez en cuando. 
Se agarraba a tu corazón con sus pequeños y suaves tentáculos 
que brotaban como tinta cuando llorabas, 
o cuando escondías la cabeza debajo de la manta durante un par de días.

Pero poco a poco, poquito a poco,
 fue taladrando agujeros cada vez más profundos
 por donde meter sus viscosas extremidades. 

Hasta que un día, por fin pudo instalarse en ti.

Tardaste un tiempo en darte cuenta de que se había mudado definitivamente contigo.

Te costaba respirar.
No te gustaba el mundo.
Sentías frío.
Y pánico. 
Siempre sentías pánico.

La pequeña negrura había crecido,
  la habías estado alimentando sin saber cómo.
Ahora es tan grande que por mucho que llores no logras que se vaya.
Tampoco sirve esconderte en la cama;
 ella está contigo dentro.

Sientes su mortal abrazo que te va oprimiendo poco a poco,
 aferrándose cada vez más a ti.
Te paraliza por completo desde el interior,
 ahogándote,
 asfixiándote, 
estrangulándote.

Estás siendo ahorcada por tu opaca inquilina, 
aquella que se ha adueñado de tu más íntimo yo.

Tus manos no llegan a desatar los tentáculos, 
tus gritos no consiguen que se marche
 y sientes que la oscuridad se va extendiendo.

Tu mente ya no es clara, 
tu vista anochece sin sentido,
y tú,
y tú, no puedes más.

No sabes cómo decirle que se vaya,
no sabes cómo pedirle que saque sus apéndices de ti.
Quieres que se marche y te deje sentir en paz.

Quieres dejar de tener miedo,
quieres que tu corazón pueda palpitar con calma,
que ocupe el espacio que le ha sido usurpado.
Quieres volver a ser tú.

No sé cómo, 
no sé cómo ni cuándo,
pero algún día recuperarás lo que es tuyo 
y ella jamás volverá a entrar.




domingo, 19 de marzo de 2017

Corazón de plomo.


Ya no sé lo que hacer para vaciar mi corazón de plomo.
Ese que se entromete entre mis pies.
La piedra con la que repito colisiones.
Mi piedra.

Hacerle agujeros no sirve, el alquitrán de dentro no se deshabita.
Partirlo en dos, ¿para qué? 
La negrura los une de nuevo con el caer de las hojas.
Dejarlo abandonado, ¿cómo?
Lo llevo atado a los tobillos.

Yo tan sólo quiero que vuelva a su sitio, entre las costillas.
Que palpite tiernamente, y no con hachazos.
Que aleje el gris y las tinieblas.
Leve y volátil.
Suave y ufano.

Algo que me de anhelos, sueños, luces, colores, y no aflicciones.
Que se eleve con el viento y deje de ser ancla.
Que me acompañe en el camino y no sea un presidio.

Desdichada desdicha mi corazón de plomo.
que no podrá ser jamás un corazón liviano.

Yo lo he hundido.
Yo lo he macizado.
Yo lo he encadenado.
Yo lo he matado.


martes, 6 de diciembre de 2016

Minerva y Neptuno



POEMA ÉPICO
VERSO ALEJANDRINO


De una cabeza nace por un dolor armada,
suya es la justicia, suya la destreza.
Es la sabiduría, con las artes su gracia,
en la guerra con lauro, en el frente estratega.

Es el rey de los mares con tridente en mano,
el que agita tifones sobre caballos blancos.
En el confín del mundo, el límite Urano,
por vestimenta lleva solamente un manto.

La protección de Atenas uno y otro disputaron,
tocó suelo el tridente, de Neptuno agua el don
y de Minerva ofrenda el olivo frutado,
más manantial salado contra sustento non.

A la región sin nombre anegó el dios batido,
custodia ahora el fruto del Vulcano hachazo.
Lanza, casco y égida, sigla lechuza y olivo,
soberana del Ática, cuidado en su regazo.




domingo, 13 de noviembre de 2016

Quizá todo, siempre nada.



Es como tocar la nada.
O como formar parte de ella.
No estás ni arriba ni abajo.
No eres grande, pero tampoco pequeño.
No sientes odio, y menos aún, amor.

En un segundo has rebotado en la más absoluta oscuridad un millar de veces.

Rebotas.
Y oyes música, eres naranja y quieres cambiar el mundo.
Rebotas.
Ahora sientes frío, eres azul y quieres ser un oso en permanente estado de hibernación.
Rebotas.
Te sientes extraño en tu propio cuerpo, eres morado y quieres cambiar de piel.

Y giras y giras y giras.

Verde, áspero, pantera, amarillo, soñador, coral, granate, hogar, sol.

Y sigues en ningún sitio.

Negro, negro, negro.

Sin ver ninguna luz.
Sin sentir ningún calor.
Sin ser nadie.
Nada.


domingo, 16 de octubre de 2016

De luces a sombras.


Habitaba en la penumbra
temiendo los centelleos;
no quería que unos ojos extraños
se posaran en sus tinieblas.

Más un día, dos soles lo hicieron
y mantuvieron la mirada.

Luz. 

Al principio escocía.
Ciega, apalizada, desnuda y asustada.
Era humillante.

La mano dulce de los dos soles la recogió
y de amor propio un tierno brote
en un pequeño recoveco nació.

La oscuridad la seguía envolviendo,
pero el odio se deshacía.
Los jirones negros desaparecían.

Pudo abrir los ojos; descubrir la luz.
Pudo respirar aceptación; percibir el calor.
Pudo aprender a caminar; dejar el miedo atrás.

Encontró una felicidad hecha a su medida:
tímida, pequeñita y veleidosa.

Pero tan tímida, tan pequeñita y tan veleidosa
que la fragilidad triunfó
y con un pequeño soplido helado
toda ella se desvaneció.

Hace ya tiempo que siente sus pupilas translúcidas.
Teme que se vuelvan opacas.
La luz es tibia y no cálida.

La primavera se ha marchitado
dando paso a un invierno bestial
feroz, crudo y despiadado.

Las cicatrices brillan,
los jirones se recomponen,
la fealdad vuelve
y las tinieblas la engullen.

Se araña la cara
desesperada y anhelante
en busca de una venda que arrancar
pero sus dedos sólo atrapan carne.

Y ríos de angustia,
mezcla de lágrimas y sangre
caen hacia unas piernas que ya no resisten
las embestidas del impasible norte.

Oscuridad.


Mis dos soles, ¿dónde estáis?




viernes, 3 de junio de 2016

Nocturno

Tirito.
Es un escalofrío que recorre todas y cada una de mis vértebras, lenta, serenamente.
Do, la, la, sol, la, sol, fa.

Tiemblo.
Ahora suena una flauta dulce, lejana, que aviva la melodía iniciada en un abandonado rincón de mi interior.
Do, la, re, re', la, do'.

Vibro.
Los pulmones se expanden, estrangulándose agradablemente contra mis costillas en un fallido intento de sosegarse.
Si, la, sol, la, mi, fa.

Estallo.
Ya no puedo acallarlo más y siento como el pecho late, insistente, furiosamente.
Re, do, mi', re', do', si, la, si, re, mi, fa.

Y ni siquiera te he vuelto a ver.


martes, 23 de febrero de 2016

Nyx


Y ahora te has ido y te has llevado la luz contigo dejándome sola, a oscuras; has sacado un enorme gusano de tu estómago y se la ha tragado, devorándola, arrebatándomela. Espero que al menos tu infame lombriz se haya saciado porque a mí me has dejado vacía.

Ayer el mundo era granate, hoy es de un color grisáceo triste que me provoca tiritera y hace que me castañeteen los dientes y se golpeen una y otra vez, al igual que hago a veces con mi cabeza y la pared intentando hacer un agujero, aunque no sé si en ella o en mí.


Quizá lo único que intento es sentir algo aquí fuera, aunque sea yeso contra mi frente, aunque sean astillas de madera en mis nudillos, acero en la epidermis. Quiero cubrirme de moratones, de cortes, de heridas grandes y feas hasta que no quede ni un centímetro de piel sana podrida, para que salga otra nueva y ver si así desapareces de ella.


Quizá lo único que intento es dejar de sentirte, destruir lo que no fuimos ni seremos a base de hostias, desprenderme de tus recuerdos puñetazo a puñetazo, desvanecer tu esencia de árbol prendiéndole fuego al mundo; no sentir que desfallezco entre tinieblas.


Quizá me sirva abrirme en canal y expulsar monstruos fantasmales que me masacran desde dentro porque ya no estás, porque no volverás a estar, porque me has abandonado aun prometiéndome que no lo harías obligándome a gritar silenciosamente para no molestar demasiado a los demás.


O quizá no y me quede en un cuarto a oscuras manchando cigarrillos con mi sangre, bebiendo de botellas prohibidas a menores de dieciocho años preguntándome si alguna vez dejaré de tener un agujero en mi pecho, si alguna vez volveré a sentir otra cosa que no sea dolor.


Me canso de vomitar mariposas muertas.


Las noto en mi estómago, arañándome, mordiéndome, pidiéndome con gritos mudos que las deje salir con vida o que al menos, deje de envenenarlas con tus recuerdos; recuerdos que me atormentan, que avivan a las malditas mariposas porque de ellos aún se desprenden rayos de luz y de calor y yo, las estoy masacrando. Una por una.


Ellas también te echan de menos, tú las creaste, les diste vida. Tú y tu luz, tú y tu calor.

Ahora agonizan, marchitas. Ahora agonizamos, rotas, moribundas, reventadas; ojalá exánimes.

Sólo siento un espantoso frío capaz de congelar hasta el mismísimo infierno, aunque a veces cuando el etanol no me empareda lo suficiente el agujero del pecho, pienso que ya habito en él, que no hay nada peor que no tenerte, que no sentirte; haberte perdido.


Quizá le grite al mundo que por favor me ayude, que por favor se derrumbe.


Me estás matando por dentro, y quizá, yo consiga matarme por fuera.





martes, 16 de febrero de 2016

La tarambana


Siempre he errado por el camino equivocado,
algo que nunca he dudado pero ¿cómo encontrar el buen sendero?
Lejos, cada vez más lejos.

Nunca sé si me guía el corazón lleno de penas 
o la cabeza vacía de razón,
más ninguna de ellas es un buen lazarillo;
son como dos perros de presa
que luchan por el control de mis pies.

Pies borrachos que ya no recuerdan por dónde han venido
ni tampoco recuerdan a dónde querían llegar.
¡Ay! Cada vez más allá.

Cuando creo que piso terreno firme,
éste se convierte en arenas movedizas
de las que me he de guarecer;
me he vuelto a equivocar.
¿Acaso no existe el suelo sólido para mí?

Ando perdida, sí, perdida.
Eso lo saben tanto el juicio como la médula.
¿De verdad sigo perdida?

Malditos pies negados,
maldita azotea loca,
maldito núcleo desbocado;
¡maldita yo!

Lejos, cada vez más lejos.
¡Ay! Cada vez más allá.
¿De verdad sigo perdida?
¡Maldita yo!


martes, 8 de diciembre de 2015

La Leyenda Manchada



Las manzanas se desprendían de los árboles a su paso, cayendo mudas sobre lechos de hojas secas y amontonándose en los bordes de los caminos. Quizá sus pisadas eran escuchadas por la naturaleza y sus intenciones eran oídas por toda la isla, que lo reverenciaba o lo insultaba de este modo. Habría sido una cuestión interesante de aclarar pero tenía que darse prisa, el resto de sus caballeros no tardarían mucho en adivinar hacía dónde se dirigía y no podían tomarle preso; tenía que terminar lo que había empezado.

Las lágrimas le llenaban la cara impidiéndole ver bien el sendero y la pena que sentía en su corazón le pesaba demasiado, haciendo incluso que cojeara y acrecentara más sus ganas de llegar a su destino. Tras una larga lucha con sus pies y con su aflicción, por fin vio la lisa superficie azul que tanto había estado deseando y los últimos metros que le separaban de su salvación, si alguien le hubiera preguntado, él juraría que los recorrió sin que sus pies tocasen el suelo.
No fue ninguna sorpresa ver que ella le estaba esperando, con los pies todavía en el agua y sus ligeras ropas níveas empapadas y pegadas a su esbelto cuerpo. Su semblante no parecía distinto del de la primera vez que se vieron, más él sabía que la Dama del Lago tenía que estar controlando sus emociones; a pesar de los rumores, ella no era una mujer fría.

-Tu leyenda se ha terminado, Rey Arturo.

-Vengo a devolveros la espada que me concedisteis tras romper la mía en una batalla, os agradezco que creyerais en mí otorgándome un acero de tal valor.

La Dama del Lago miró largamente a Arturo, quién formuló estas palabras con gran esfuerzo mientras se agarraba el pecho con una mano. El dolor era insoportable, parecía que se le iba a partir el corazón en dos sangrantes pedazos.

-Te concedí esa espada porque creía en tu nobleza, pero veo que tienes un alma tiznada como el resto de mortales. Me arrepentiré el resto de mis largos días de haber iniciado la leyenda de un hombre que sucumbió a sus pasiones y abandonó a su suerte al pueblo de Gran Bretaña. Has atravesado las entrañas de quién debería haber engendrado un hijo tuyo en ellas y has hendido a Excalibur, espada de leyendas, en el corazón de quién te juró fidelidad y te acompañó en cientos de batallas y libró otras cientos en tu nombre. Has manchado la espada con la sangre de tu esposa Ginebra y con la de Lancelot, un caballero de tu Mesa Redonda a quién yo crié y dejé en tu cuidado a sus dieciocho años. Su muerte pesa ahora sobre la espada haciéndola impura, indigna de ser desenvainada hasta que los tiempos del hombre en la tierra mueran y otra raza sea dueña de este mundo.

Cada palabra pronunciada por el hada acrecentaba el dolor de Arturo, incapaz de contener más el llanto y la pena que habitaban ahora en su corazón, nublado de suplicio y de tormento. El rey se arrodilló como hizo en su tiempo para ser nombrado caballero y soberano, levantó la cabeza al cielo y gritó. Gritó por su amada muerta, por su amigo muerto, por su reino ahora muerto y por su corazón, que había sido asesinado por tres manos distintas.

Desenvainó a Excalibur y bajo la mirada de la Dama del Lago la hendió profundamente en el centro de su amargura, poniendo fin a su vida y a su condena. Su cuerpo cayó, pesado, haciendo todo el ruido que no habían hecho las manzanas a su paso, nunca se sabrá si como insulto o como reverencia.

La Dama del Lago recogió su cadáver, con la espada todavía clavada en su pecho y lo acunó entre sus brazos mientras se adentraba en las aguas.

- Tu leyenda se ha terminado, Rey Arturo.


Susurró mientras una lágrima caía por su cara antes de sumergirse en el lago.



viernes, 23 de octubre de 2015

Danza errante.


Desnuda como las ramas de los árboles en otoño que se desvisten de rojo para ataviarse más tarde de verde.
Sola como la luna colgada o descolgada del cielo noche tras noche, a veces una sonrisa escondida, a veces negras tinieblas.
Desatada como cuando un pájaro descubre el sabor de la excarcelación y surca los cielos para él ignotos.
Ella, descalza en medio de un campo de amapolas, bailándole al viento, bailándole a la lluvia, bailándole al sol.

No quiere compañía.
 No necesita compañía.

¡Ah, dulce libertad!
¡Ah, viento, viento!

Corre, vuela, elévala y hazla tuya. Deshaz en tibio aire el ardor de entre sus piernas, deshaz en suave brisa su tenue perfume; deshazla en diez, en cien, en mil soplos fugados.

¡Ah, dulce libertad!
¡Ah, lluvia, lluvia!

Corre, cae, húndela y hazla tuya. Diluye la tinta de su enredada mente, diluye las penas disgregadas en alcohol; dilúyela en veinte, en doscientas, en dos mil gotas osadas.

¡Ah, libertad!
¡Ah, sol, sol!

Corre, sal, alúmbrala y hazla tuya. Esclarece los nubarrones de sus ojos, esclarece la engrisecida piel apresada; esclarécela en treinta, en trescientos, en tres mil rayos ensordecidos.

¡Ah, libertad!
¡Ah, viento, lluvia, sol!
¡Deshacedla, diluídla, esclarecedla!
¡Hacedla vuestra!


El espantapájaros sin pájaros.


El cuervo se posó en su corazón de trapo y poco a poco, picotazo a picotazo, le fue arrancando los hilos que lo mantenían sujeto a su camisa de lino. Sus arterias hechas hebras se deshilachaban, desprendiéndose de su piel de esparto maltratada por el tiempo y el abandono.
Y ahí estaba el espantapájaros, abierto de brazos invitando al cuervo a terminar el trabajo que otros compañeros habían empezado, indefenso como un borracho volviendo a casa de madrugada por una zona marginal.
Pero el cuervo se cansó pronto y se fue volando como tantos otros y el espantapájaros se quedó desolado, desolado pero herido.
Herido pero vivo.
Vivo pero deseando estar muerto.
Pero no lo estaba; todavía no. Sólo agonizaba entre hilos y costuras, desamparado y pidiendo a gritos mudos que algún ave rapaz lo sacara de allí y se lo llevara lejos, lejos de los temporales, del sol acuciante y de la quietud a la que estaba limitado.
Nadie podía oírle pues sus cuerdas vocales estaban hechas de retales y su boca estaba mal cosida en una torcida sonrisa triste. Nadie podía socorrerle pues sus manos y pies estaban atados a dos postes de madera vieja, uno a cada lado, como una falsa cárcel que le tienta pero le engaña y una libertad ramera que le calienta pero no le sacia.
Sin embargo, sus botones por ojos suplicaban su derecho a morir, reivindicaban su derecho a dejar ser matado, sus harapientas ropas reclamaban que se las destrozaran con él dentro o le quemaran vivo con ellas. Ojalá pudiera ayudarle y liberarle de su sufrimiento, arrancarle los pocos hilos que le quedan sujetos a su corazón de trapo y provocarle una sonrisa rota verdadera.
Mas yo sólo puedo observar su lento agonizar, pues soy otro espantapájaros mutilado anhelando a algún cuervo hambriento.


lunes, 5 de octubre de 2015

Apetito

La sangre me hierve. Puedo notar como burbujea y como el corazón hostiga al torrente sanguíneo para que impulse más y más sangre, para que se hinchen más mis venas y mis músculos se calienten, preparándose para la acción.

El odio me ciega.

Romper
Arrancar.
Morder.
Destrozar.

La rabia me corroe gritándome a gritos ¡DESPEDAZA!

El perro quiere soltarse; puede oler la sangre. Se retuerce en sus opresoras cadenas chocando una y otra vez contra una pared cada vez más agrietada, contra una jaula que no puede contener más a la ira: está echando espuma por la boca.

¡Ataca! ¡Ataca! ¡ATACA!

Glorioso será el día en el que el perro prueba la sangre, gloriosa la sensación de venganza y de victoria. Gloriosa será la muerte.

Pero hoy no es ese día, ya que por primera vez en mucho tiempo la sangre no debe ser mía.

La sangre
debe ser
de ella.

*El perro sonríe*

miércoles, 15 de abril de 2015

Luna, luna, ven.

Existe un lugar al que llaman la tierra de los perdidos, un pasaje que sólo produce sombras aun cuando no hay luz y en la que sólo se oyen gritos desgarradores y llantos desconsolados aunque sus habitantes ya no tienen voz. Es un lugar extraño.
Allí moran almas quebradas y pies agotados, mentes enturbiadas y corazones macerados junto a una luna que siempre está escondida y nunca hace acto de presencia aunque haya oído que es presumida.

Yo ya he olvidado cuánto tiempo llevo aquí.

No recuerdo otro bosque ni otros árboles que los partidos que me rodean cuando amanece y cuando anochece, no recuerdo otros riachuelos turbios, cuando no secos, ni recuerdo un sol que ilumine o una luna que no se oculte.
Ya no recuerdo si nací aquí o simplemente me perdí en algún momento entre los primeros pasos y los primeros besos.

Aquí todo el mundo está solo. Nadie se acerca a nadie pues parece ser que el aire de aquí duplica las penas cuando dos perdidos consiguen formar un lazo, precipitando así que cortes el que te une a la vida.
Todo el mundo debe estar solo.

Algunas personas también la llaman la tierra de los muertos, ya que aquí no parece que pueda prosperar nada excepto los suicidios y la desolación. Es un lugar extraño en el que los perdidos se pierden sin querer y ya no saben cómo salir.
La verdad es que yo tampoco sé cómo salir de aquí ni si existe algo más allá de este sitio, pero como no creo en dioses ni en destinos sigo buscando senderos inexplorados que no acaben en precipicios o en cementerios sobreexplotados.

Mi secreta esperanza es una canción infantil que dice que cuando estás perdido en la tierra de los perdidos debes seguir a la luna para encontrar el camino a casa, así que noche tras noche me siento en un tronco que como yo, todavía no está del todo muerto y oteo el cielo en busca de esa luna tan presumida que no quiere lucirse en una tierra de sombras. La busco y la llamo pero nunca aparece.

Y es que tan sólo quiero volver a casa.


miércoles, 18 de marzo de 2015

Encarnado

Me gustaría tanto teñirme de tu color...

Granate, siempre granate.
Hasta cuando estamos en Saturno
y el frío nos congela.
Granate, siempre granate.

Cuánto daría yo por poder abrir los brazos,
por poder arroparte cuando te sientes solo
y no darte, iracunda, la espalda.

Cuánto darías tú por arrancar mi piel azul
y ver que debajo sólo hay carne
sin corazas ni complejos.

Sólo carne hinchada y lacerada,
a punto de reventar de agonía porque
¡oh, cuánto frío hace en Saturno!

Me gustaría tanto teñirme de tu color...

El único tinte cálido que tengo es mi sangre
y de eso hace ya tiempo que nos pringamos;
no quiero volver a verte ahogado.

Déjame en Saturno con los brazos azules cerrados,
y no te preocupes que a mí misma sé arroparme.



miércoles, 18 de febrero de 2015

Si te beso

Si te beso porque me calientas por dentro,
para que me quemes las entrañas.

Si te beso porque la calle es estrecha,
para que me duelan las costillas de tanto respirarte.

Si te beso,
porque espero que no huyas.


lunes, 19 de enero de 2015

Los nuevos dioses.


El nuevo dios apareció de la nada entre grandes fuegos artificiales y enormes cohetes explosivos, irradiando una luz jamás vista antes con su centelleante sonrisa, fascinando a toda la tribu. Acostumbrados a las bengalas, los petardos y los pobres y aburridos trucos de magia de su antiguo dios, Zaryn, no tardaron en despojarse de todo lo perteneciente a él y rendirse ante los divinos pies de su nueva deidad.

El nuevo dios, llamado Zuck, era más grande, más poderoso. Su aspecto era algo distinto del anterior pero eso a la tribu no le importaba, pronto se acostumbraron a sus extrañas ropas y más pronto aún, se acostumbraron a entregarle una semilla a cambio de dos árboles; su antiguo dios, el de las tristes bengalas, les pedía dos semillas y les entregaba un árbol. El nuevo dios era la panacea y la tribu, estaba encantada.

Poco a poco, la fama de Zuck fue en aumento y otras tribus, que habían oído hablar de su benevolencia y sus grandes proezas, empezaron a abandonar a Zaryn, uniéndose al nuevo dogma.
No obstante, y como en toda tribu, hubo algunos que se mantuvieron reticentes al cambio, negándose a aceptar a aquel todopoderoso y extraño dios que tanto daba y poco pedía. Los que todavía rendían pleitesía a Zaryn fueron poco a poco marginados e incluso hubo algunos que hasta dejaron de ser fieles y se apartaron por completo de cualquier providencia.

Con el tiempo, y la llegada de cada vez más y más seguidores, la región de la tribu fue expandiéndose a velocidades aterradoras y el hecho de que cada vez le entregaran más semillas a Zuck, no ayudó a detener su alarmante propagación. Pronto hubo más árboles que personas y aun así, los fanáticos de Zuck le ofrendaban cada día decenas y decenas de semillas: No podían parar; parecía que habían caído en alguna extraña adicción.

Zaryn prácticamente cayó en el olvido y aunque se esforzó por volver a atraer la atención cambiándose de vestuario y ofreciendo un árbol a cambio de una semilla, los pocos seguidores que todavía le profesaban algo de fe, lo dejaron de lado. Algunos se resignaron al nuevo e imbatible dios y otros, se desentendieron definitivamente y se unieron al resto de renegados.

Y por fin, pasó lo que todos adivinamos que pasaría y lo que la tribu, ciega de fe, no supo ver: Zuck empezó a exigir más a cambio de sus árboles. Al principio aumentó la cantidad de semillas que debían serle entregadas, luego, disminuyó el número de árboles que plantaba a cambio de esas semillas y más tarde, Zuck, que quería ser omnisciente pero no lo era, exigió que le contaran un secreto por cada árbol plantado. Esto desconcertó mucho a todos los fervientes seguidores, pero como estaban enganchados a los frutos que daban los árboles de Zuck, no les importó y se avinieron a ello.

Con todos los árboles, los secretos y los devotos cosechados, Zuck compró a los chamanes más poderosos de la región, obligándolos a profesar su religión y obligando a sus discípulos a convertirse en  practicantes.

Sus ansias de poder aumentaron y no conforme con todo lo que ya tenía, Zuckerberg exigió todavía más y estipuló que todo aquel que quisiera seguir sirviéndole, tendría que despojarse de toda ropa y cualquier atuendo que llevasen y dejar a la vista todo lo que poseyeran. Sus seguidores ni se inmutaron y procedieron a obedecerle inmediatamente. Se desnudaron rápidamente y tiraron abajo todas las paredes de sus casas; necesitaban más semillas para tener más árboles y poder recoger su tan ansiado fruto.

Zuckerberg estaba extasiado, había conseguido algo mejor que un rebaño de ovejas ciegas y obedientes, había conseguido ovejas translúcidas y, aún mejor que eso, ovejas que accedían a ello sin balar.

Por último, y para demostrar hasta donde podía llegar su supremacía,  el poderoso dios y amo de Facebook decidió que sus ovejas ya no tendrían nombre ni identidad, ya no tendrían derechos sobre los contenidos de sus cabezas y además, con tal de obtener su droga diaria, las ovejas iban a prestarse voluntariamente a llevar un chip encima para que su señor pudiese localizarlas cuando quisiera.

Horrible, ¿verdad?

Y a pesar de todo, no nos sigue extrañando que la tribu de borregos siga en el redil.




martes, 6 de enero de 2015

De dentro a fuera.


Cuando no me mira nadie,
(ni siquiera tú)
cuando estoy sola,
(ni siquiera estás tú)
me miro yo, así, cerrando los ojos.

Respiro hondo y, ah... así respiran ellos.
Desato las cuerdas que los tienen amarrados,
abro las puertas tras las que están encerrados
y los saco poquito a poco, no quiero que armen un alboroto.
Primero uno, luego otro, y otro...
Y así hasta llegar a un millón.

Algunos son grises y tienen mirada triste,
otros son negros y con sus dientes devoran corazones.
Son víctimas, verdugos, engendros y despojos,
todos nacidos de mi carne, de mi sangre, de mis entrañas.
Son mis monstruos, son mis fantasmas.

También los hay azules que sólo tienen boca y gritos dentro,
alguno blanco, que no siente nada:
Sólo frío.
Incluso hay varios que sólo son

 pe-
           -da
   -zos

Una garra ensangrentada
(la sangre ya no sé si es mía o tuya),
medio pulmón ahogado,
una lengua envenenada.

Cuando no me mira nadie, cuando estoy sola,
cierro los ojos y al respirar, aparecen ellos.

Pestilentes, enmohecidos, atormentados, encabronados, repudiados, heridos y rechazados.

Cuando no me mira nadie me rodeo de mi millón de demonios y así, somos un millón y uno.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

A la fuga.

La yegua salvaje
 que arremetía al galope cuando una sombra humana se proyectaba en su camino.
La yegua desbocada
 que no se dejaba alimentar, ni nutrir, ni sustentar.

Ni con comida.
Ni con amor.
Ni con hogar.

Cientos de valientes vaqueros que se creían Buffalo Bill con sus ridículos sombreros, sus patéticas espuelas y sus grandilocuentes movimientos de lazo se desollaron al verse arrastrados por el suelo, lanzados de su propio caballo. Ni tan siquiera eran terratenientes de sus tenencias, ¡ah! Aspirar a alcanzar a la alazana...

El deseo, el deseo.

De apresar lo presuroso.
De birlar lo libre.
De adueñarse de lo señero.

Cientos de niños disfrazados de vaquero derrotados
y una yegua libertaria fugada.

martes, 25 de noviembre de 2014

El descenso por la madriguera.

El sillón era grande, de un rojo oscuro intenso que combinaba con el resto de muebles de la sala. Estaba colocado en el centro de la habitación, se alzaba imponente y parecía dominarlo todo; desde mi punto de vista se asemejaba a un gran trono de color sangre. Me senté en él. El que fuera excesivamente mullido, junto con las piedras que pesaban dentro de mí, ayudó a que me hundiera entre sus blandos cojines sintiéndome como una Alicia encogida por haber bebido de la botellita de cristal que decía "bébeme".
El sillón era cómodo.
Yo no estaba cómoda.

El psiquiatra hojeó su bloc de notas y se dirigió a mí con su ensayado tono modulado. Su pantalón con pinzas, su camisa blanca y sus zapatos marrones combinaban también con la sala haciendo que pareciera un mueble más. Él hablaba, pero yo no le escuchaba. Veía sus labios moverse formando palabras insonoras, sus manos gesticulando transmitiéndome la nada, el pie derecho tamborileando contra el suelo sin ritmo alguno.
El sillón seguía siendo cómodo.
Yo seguía estando incómoda.

_ ¿Oyes voces ahora?
¡Dile que no!
_ No.
_ ¿No?
_ No.

La sesión continuó. El psiquiatra siguió hablando mientras los tapones de mis oídos frenaban la entrada de sus palabras, impidiendo que se filtraran en mi cerebro. Seguí observándole, mirando como sus labios, sus manos y su pie derecho se movían. Me fijé en su boca pues me dio la impresión de que había algo raro en ella y que cada vez era más grande: Sus labios se movían sobre sí mismos, como si giraran en una lenta espiral que deformaba poco a poco su boca, descoloriéndola, borrándola. A los pocos minutos, dónde antes tenía unos labios eruditos, unos dientes letrados y una lengua aburrida, había ahora un agujero negro enorme. Me pareció tan divertido que le pedí que levantara los brazos. Paró su perorata y me miró extrañado, pero estaba acostumbrado a que le hiciera peticiones extrañas y obedeció.
Ahora estaba sentada en un sillón muy cómodo viendo una representación en vivo de "El grito" de Edvard Munch.
Era realmente divertido.

domingo, 20 de julio de 2014

Trova.

Me gustaría escribirte algo.
Unos versos, unas palabras, unos besos;
algo que provocara a ese corazón ciego
y lo hiciera acelerarse.

Tener el talento de viejos poetas muertos
o que sus fantasmas me susurren al oído
tristes sonetos y bellas rimas
que te calen tan hondo como hondo me cala tu mirada.

Mas nunca he besado tus labios
ni sé cómo es tu amor desnudo.
Tan sólo puedo imaginarte,
y soñarte y desearte.

Y soñar y desear tener el talento
para escribirte y enamorarte.



martes, 8 de julio de 2014

Sin título.

La realidad, alimentada por sueños
destrozados, despedazados, destruidos,
se alzó como sólo se alza un guerrero vencido renacido de nuevo;
más fuerte, más grande, más poderoso.

Acuchilló a sangre fría, por la espalda
una y otra vez, y
otra vez,
a cualquier esperanza
vana, vacía, vacua,
que se encontrara por su camino.

Por si acaso quedase algún resto
que pudiera ser reconstruido,
pasó por fuego su espada
teñida de jirones de sueños ensangrentados
y la clavó en lo más hondo
del corazón de un niño,
dejando así claro
quién era derrotado
y quién no era vencido.


martes, 24 de junio de 2014

Carroña.

Y volará alto el ruiseñor
antes de que el viento sople
y desestabilice sus alas
al sonido de un crack.

¡CRACK!

Huesos rotos y plumas torcidas
harán del ruiseñor un pájaro inútil.
Ya no será pájaro,
ya no será ave,
ya no será nada.
Pero seguirá llamándose Ruiseñor.

Y correrá aprisa el leopardo
antes de que el cazador dispare
y acabe con su galopada
al sonido de un pum.

¡PUM!

Tripas desparramadas y piel desollada
harán del leopardo un depredador inútil.
Ya no será depredador,
ya no será cuadrúpedo,
ya no será nada.
Pero seguirá llamándose Leopardo.

Y arrasará el hombre con todo
antes de que la vida se le acabe
y cubra de polvo sus huesos
al sonido mudo de un punto y final.

¡.!

Corazones vacíos y almas huecas
harán del hombre un ser despreciable.
Ya no será persona,
ya no será humano,
ya no será nada.
No pienso seguir llamándole hombre.




lunes, 23 de junio de 2014

Enajenación.

Y caer
como una hoja
pilotada por el viento.

Y estrellarse
como la lluvia
sobre el duro asfalto.

Y desintegrarse
como la razón
cuando la abraza la locura.

Y caer
como un cuerpo
herido por una bala.

Y estrellarse
como la historia
cuando se repite de nuevo.

Y desintegrarse
como el amor
cuando lo controla el odio.



viernes, 20 de junio de 2014

Caperucita Roja

Las ramas de los árboles le arañaban la frente, las mejillas, los brazos y cualquier superficie de piel desprovista de protección; las más osadas le asían de la ropa, tironeando de ella, en un intento de desvestirla para poder hendirse más en la carne.
El corazón bombeaba sangre a mil por hora, los pies esquivaban como podían los obstáculos que le iban apareciendo en su desesperada carrera y los pulmones se hinchaban y deshinchaban a una velocidad nunca antes alcanzada. La angustia se le agarraba al pecho, creciendo a cada paso que daba y a cada eco de pasos que oía a sus espaldas, cada vez más sonoros, más cercanos.
El aire empezaba a faltarle, las piernas ya le temblaban del esfuerzo; esta vez no iba a conseguirlo. Llevaba meses huyendo de él, escondiéndose cual presa asustada al oír al cazador rondar por su cueva, aguardando a que volviera a pasar de largo para coger una nueva dirección y encontrar otro refugio. Había conseguido darle esquinazo varias veces, incluso una vez llegó a pensar que por fin había perdido su pista y que, por fin, iba a dejarla en paz; cuan equivocada estaba. Había vuelto a encontrar su rastro, retomando de nuevo la habitual cacería, retomando de nuevo la familiar huida.
Una rama apareció de imprevisto en su campo de visión demasiado tarde para poder esquivarla, rasgándole la camiseta y provocándole un corte profundo en la ceja, de la cual empezó a manar sangre a borbotones entorpeciéndole la vista y entorpeciendo su atormentada fuga.
Los pasos parecieron coger velocidad al oír su grito de sorpresa y de dolor; ahora sabía casi exactamente dónde se encontraba. El pánico le infundó nuevas fuerzas y haciendo caso omiso de la palpitante herida de la sien, se enjugó la sangre caliente de su cara y echó a correr, más rápido, más desesperada.
Ahora le costaba más saltear las piedras, los troncos caídos y los socavones traicioneros del suelo y él tenía un rastro de sangre fresca al que seguir; se encontraba en clara desventaja. Pero no por ello dejó de correr, a pesar del cansancio, a pesar de las heridas, a pesar de poder oír ya la risa de su perseguidor y de notar su aliento en la nuca.
Y agotada, ensangrentada y empapada de sudor, él la arremetió con todas sus fuerzas, tirándola al suelo, revolcándose en un abrazo forzado y fundiéndose en él. Lo había conseguido, después de varios meses de incesante cacería la había alcanzado. El pasado la había hecho suya de nuevo.

domingo, 15 de junio de 2014

Musarañas.

Me cansan las aceras llenas de gente vacía, autómatas que buscan que les pese el bolsillo y no el cerebro.
Me cansan aquellos que no buscan y tampoco encuentran y los que se acomodan en sus zapatos prestados en lugar de calzarse otros propios, de buscarse los suyos.
Me cansan las mentes huecas y las almas desiertas; me hastía su pasividad ante la vida.
Me cansan.
Me cansan y al mismo tiempo los envidio por no saber lo que es llevar el corazón en los pies por estar mirando al cielo.

lunes, 9 de junio de 2014

Lección dos.

Aquí te espero, con el pecho abierto en canal y el corazón en primera fila, en la linea de fuego; no quiere perderse el espectáculo. Pobre, no sabe que la carne de cañón es él. Mejor no se lo digamos, que se pondrá a latir como un descosido y sería más fácil errar el tiro.
Toma, te dejo un cuchillo también por si las pistolas no son lo tuyo, aunque ya acertaste una vez y sin verte, sin verme, siquiera.
También tengo agujas e hilo, por si prefieres cerrarme de nuevo para dejarme ir. Sería un desperdicio, pues no sabes lo que me ha costado desnudarme con tantos puntos de sutura clavándose en todas partes; creo que intentaban advertirme con sus pinchazos de que esto era una mala idea.
Vamos, ¿a qué esperas? Empiezo a coger frío y a perder valentía; el corazón se está inquietando y me molestan sus pálpitos, se me clavan en las costillas. 
Ah, ya oigo tus pasos, ¡que alivio! Pensaba que no vendrías.
Has pasado de largo de la pistola así que asumo que prefieres cuchillo. Está bien, será mas sucio y más doloroso pero certero; estoy dispuesta.
Pero, ¿qué haces? ¿Por qué no coges el cuchillo? ¿Por qué te acercas tanto sin más arma que tus palabras?
Te lo suplico, palabras no. Desóllame la piel a tiras, arráncame las uñas de cuajo, haz lo que quieras conmigo pero no hables; no lo soportaría.
Te has quedado a menos de medio metro de mí, mirándome con esos ojos en los que tantas veces me he perdido, en los que tantas veces quisiera perderme. ¿A qué esperas? No lo entiendo.
Empiezas a desvestirte y yo no me lo puedo creer. Tantas veces que he soñado con tu piel desnuda, tantas veces imaginando cómo sería tu cuerpo sin más prendas que tu voz y aquí estás, despojándote de todo ante mi corazón que si no fuera porque está unido a mí por arterias y venas, hace rato que se habría caído al suelo de tanto que se ha asomado para acercarse más y no perder detalle.
Ahora sí que estoy sorprendida: también tú tienes suturas, más de las que me imaginaba. Estoy en shock. No sé qué decir ni qué hacer pero me conoces tan bien que eso no importa. Esta vez nada importa.
Te acercas, desnudo y cicatrizado; eres lo más hermoso que he soñado nunca. El momento también se acerca, no sé si has sido bondadoso o cruel por regalarme tal visión justo antes de morir, pero tengo ganas de que esto acabe ya.
Y de repente, un beso. Un beso inesperado, dulce, que me sabe a perdón y a aceptación, a amor y a ternura; un beso con sabor a sal por las lágrimas que no me había dado cuenta que caían por mi cara.
Tu mano se acerca a mi corazón expuesto, más exaltado que nunca y con tu mirada me preguntas si puedes tocarlo, acariciarlo y calmarlo, aunque siendo tuya la mano dudo que el pobre pueda dejar de temblar de puros nervios. Asiento con la cabeza y sonríes; me sonríes.
- Te lo has creído.
Susurraste mientras estrangulabas lentamente a mi crédulo corazón.

miércoles, 4 de junio de 2014

El orgullo del ego.

El enorme gusano avanzaba lenta e inexorablemente hacia mí, anillo a anillo.
Vete, gusano, no soy de los tuyos.
Señor Gusano para ti, me replicó el muy canalla.
Señor o cualquiera, siguió arrastrándose con la repugnancia propia de los de su especie. 
Vete, gusano, no quiero ser uno de los tuyos.
Señor Don Gusano para ti, me replicó el muy miserable.
Devoraba todo a su paso: una dentellada aquí, un mordisco allá; hasta intentaba deglutir el aire.
Vete, gusano, puedo ser peor que tú.
Rey Gusano para ti, me replicó el muy rastrero.
Rey o siervo, siguió avanzando engulléndolo todo al compás de sus movimientos peristálticos.
Vete, gusano, soy peor que tú.
Su Real Alteza para ti, me replicó el muy infame.
Cada vez más hinchado, cada vez más gordo, cada vez más cerca.
Te lo advertí, gusano, le repliqué mientras me lo zampaba de un bocado.




domingo, 18 de mayo de 2014

Nebulosa negra.

Que el viento sople y nos lleve arriba, muy arriba, más o menos por donde se apagan las estrellas y una vez allí, podremos posarnos sobre alguna enana blanca y lanzar escupitajos a la Tierra, a ver a cuántos países damos. Cogeremos unos cuántos bidones de ácido para vaciarlos desde ahí arriba, a ver qué pasa. Espero no deformar más aún a la gente, que ya bastante fea es por dentro.
Nos llevaremos unos cartones de vino para vaciarlos también, pero estos en nuestro hígado que no creo que queramos emborrachar gratis a media deformidad. Si nos aburrimos de escupir, de matar o de beber, podemos hacerlo más divertido con algún tipo de juego: El que le de a algún país democrático se quita una prenda y se la lanza a las nubes de polvo y gas que seguramente nos estarán envolviendo.
Aunque bien pensado, el juego se nos puede hacer muy largo y podemos no acabar desnudos nunca. ¿Te imaginas? Sentados en una enana blanca a años luz de la Tierra con bidones de ácido y litros de vino y ¡vestidos! ¡Qué locura!
Bueno, una vez allí seguro que se nos ocurrirá alguna manera de detener el tiempo, no te preocupes. Tú sólo encárgate de salivar y de hacer hueco en el estómago para el vino que yo me ocupo de la sed de sangre y de mi hambre de ti.
Cuando estés listo cógeme de la mano que yo ya tengo mi bandera negra bien atada a la muñeca por si acaso el viento se despierta antes. No te sueltes o acabarás hecho humo en el aire, te disolverás como el gas del Führer y yo me quedaría sola, colgada en una estrella errante con el bidón de ácido, el cartón de vino y mi bandera negra, y eso sería triste pues, ¿quién me acompañaría en este acto de rebelión?
Corre, que ya viene; nos vamos. Nos vamos lejos para escupir desde lejos, nos alejamos de la Tierra para alejarnos de las hienas; ¡atrás, atrás!
Esta vez no podrán alcanzarnos.

jueves, 15 de mayo de 2014

I

La luna admira al sol y el suelo mira a la luna.
La luna quema y el suelo está frío.
 La luna quiere inmolarse a lo bonzo y el suelo quiere que sus restos le chamusquen.
A la luna la calienta el sol, o eso quisiera ella.
Al suelo no le calienta nadie y eso no es lo que quiere él.

La luna quema, el suelo está frío y yo estoy dispuesta a desvestirme para hacerte compañía.


miércoles, 16 de abril de 2014

El pájaro desalado.

Y se me quiebran los latidos cuando pienso en ella.
Ella, sus piernas enfriando las mías en los amaneceres de las noches negras como el humo del infierno al traspasar la frontera del edén. 
Ella, su pálida desnudez que era mía y sólo mía; su sonrisa, su placer, su dolor. Siempre estaba desnuda para mí por muchas capas de indiferencia que llevara puestas.

Pero el tiempo pasa y ella vuela.
Tic, tac, tic, tac,
vuela, vuela lejos.
Lejos de mí.

Un día se despertó y decidió irse; salió volando para no volver. Le dolía querer y que la quisieran, le dolía sentirse segura; protegida. Se dejó el corazón entre mis sábanas, ahora empapadas de alcohol y de nostalgia y se dejó nuestros recuerdos en el vertedero de los sueños rotos, ahora un poco más lleno de miseria.

Cada vez más lejos.
Tic, tac, tic, tac,
huye, huye lejos.
Lejos de mí.


Ahora todo está a oscuras y mi única luz es ciega


lunes, 14 de abril de 2014

Manifiesto entretejido.

Enhebrando las palabras,
una a una,
una detrás de otra.
Apareciste tú.

Hilando los sentidos,
ojos, boca, manos,
unos detrás de otros.
Emergiste tú.

Engarzando los quejidos,
gemidos, orgasmos, placer,
unos antes que otros.
Brotaste tú.

Tú, que pones fin a mis males y das paso a mis sueños.
Tú, que borras a suspiros a mis monstruos de tiza.
Tú, que cicatrizas la sonrisa sangrante de mi soledad.
Tú.


Tú.


sábado, 12 de abril de 2014

Ignis fatuus.

La curva de tu cuello me grita a llamadas que la encienda, que haga que prenda la chispa que almacenas en tu mecanismo interno estructurado con millones de cerillas que sólo queman y no iluminan. Yo tengo la llama y tú la mecha, es imposible no acercarnos; no quemarnos.
Dentelladas por tu carne y por la mía porque somos iguales y a la vez contrarios.
Besos sinceros por tus labios y por los míos, porque yo soy tú y tú eres nosotros.
El infierno nos ha condenado a amarnos y no tocarnos, a desearnos y no poseernos.
Pero si arder y morir es el precio a pagar por estar unidos durante un segundo entre lenguas de fuego, que así sea.
Cógeme.
Arróllame.
Hagámonos ceniza juntos.

jueves, 10 de abril de 2014

A golpe de besos.

Yo, que estoy hecho de traiciones, de mentiras, de palabras lisonjeras, de humo sucio.
Tú, que has crecido rodeada de flores sin espinas y pétalos artificiales.
Tu vida está teñida con un filtro que impide las imperfecciones y los rostros feos; obreros. El mío dejó de existir hace tiempo, sólo quedan jirones rotos de una red con los agujeros demasiado grandes.
Eres pura carcasa, y, sin embargo, me atraes.
Y, sin embargo, te odio.
Te odio por no querer ser más que un rostro bello entre la multitud, te odio porque eso te ha funcionado siempre. Te odio porque te ha funcionado conmigo.
Si vuelvo a verte no sé si esa piel tuya tan perfecta acabará llena de besos o de huesos amoratados por mis puños, mis golpes, mi frustración por amar algo que desprecio.
Tu melena ondeando por las aceras me pierde y me mata.
Tu mirada desdeñosa por los escaparates de saldo me embriaga y me puede.
Tus aires de suficiencia me ventilan; tu taconeo incesante me repica en la cabeza.
Todavía no sé si quiero agarrarte de la cadera o del cuello; mejor no me tientes que ya me hallo en una cárcel y no quiero acabar doblemente enrejado.

Eres pura carcasa, y, sin embargo me atraes.
Y, sin embargo, te odio.